EL PERIODISTA OSVALDO TCHERKASKI SIGUIÓ AL EX PRESIDENTE DURANTE SU EXILIO MADRILEÑO. AHORA PUBLICÓ UN LIBRO CON AQUELLAS CRÓNICAS. “LAS VUELTAS DE PERÓN” ES UN RELATO APASIONANTE DE ESOS DÍAS QUE AÚN REPERCUTEN EN EL PRESENTE ARGENTINO


«El regreso de Juan Domingo Perón hundió en el pánico a los militares»

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Como periodista del diario La Opinión eras el encargado de seguirlo a Perón, contanos cómo fue esa experiencia.

— No podría reproducir literalmente lo que me dijo Timerman, él tenía un acento muy pronunciado, por eso le decía el ruso. Un día me llamó a su oficina, y me dijo «Tcherkaski, usted se va a ocupar de Perón». Y qué quiere decir eso, le pregunté, y él me contestó «que vaya a Madrid y entre en la vida de Perón». Tuve que hacer grandes plantones en Puerta de Hierro.

— ¿Cómo era el peronismo en ese momento, ese peronismo que fue a buscar a Perón?

 — Bueno, estaba más estructurado, tenía la rama política, la sindical, la femenina, la de la juventud que se transformó en las formaciones especiales. Yo no diría que fueron los peronistas que fueron a buscarlo, es Perón el que decidió venir. Las razones por las que decidió venir son diversas, desde luego, no hay que olvidar que el presidente de facto, Alejandro Agustín Lanusse, lo había desafiado de un modo patotero diciendo que venga si le da el cuero. Lanusse tomó el poder en marzo de 1971 y Perón volvió en noviembre de 1972, transcurren casi dos años. Durante ese lapso, Perón le hizo creer a Lanusse que nunca vendría y que era un cobarde. Cuando desembarcó, el 17 de noviembre la junta militar de entonces fue tomada de sorpresa. Y Perón dijo después que lo dejó de piedra, y efectivamente fue así. Cuando en la víspera, cuando el avión estaba en Fiumicino, aquí había gente que decía que Perón no venía. Massera, que era el jefe de política de la Marina, decía que si llegaba a atravesar cielo argentino, lo mataba. Y el Cholo Peco, que manejaba el sindicato de Canillitas, muy allegado a Lanusse, también decía que Perón era un cobarde.
Pero vino. ¿Y cómo fue?

— Cuando era inminente, el despliegue militar fue una cosa impresionante. Movilizaron alrededor de 30 mil hombres, tanques, caballería blindada, infantería. Armaron un cerco blindado alrededor de Ezeiza a mando del general Pomar, un militar democrático, por eso no hubo heridos ni muertos.

— ¿Por qué semejante operativo, le tenían miedo a Perón?

— Nunca pude comprender por qué no se hizo una película con todo el material de archivo que debe de haber. Perón estuvo en Ezeiza prácticamente preso desde las 11 de la mañana que llegó hasta las 6 de la mañana del día siguiente. El gobierno decía que no estaba preso, pero no podía salir. En televisión decía que podía salir sin problema, desde su habitación veía eso y cerca de las 10 de la noche del día de su llegada dijo «me voy a mi casa». Estaban preparando un auto y cargando las valijas y cuando se abrió la habitación y apareció Perón, un oficial de policía le puso un arma en la cabeza y le dijo «de aquí no sola nadie».

— ¿Pero a qué se debía ese delirio?

— No solo eso, frente a la puerta del hotel, la aeronáutica movilizó dos cañones antiaéreos, como si el hotel donde estaba Perón estuviera ocupado por extraterrestres. Fueron presas de pánico, no sabían qué hacer, y yo después que pasé todo el día en Ezeiza con Luisito Guagnini, luego secuestrado y desaparecido, al final llegué a mi casa. Me estaba duchando, suena el teléfono y era Timerman: «Tcherkaski, tiene que ir a Casa de Gobierno, parece que están en caos». Y ahí fui. No tengo recuerdo anterior ni posterior de un desorden semejante. Lo que hicieron fue enviar al secretario de la junta militar, Ezequiel Martínez, para que le pregunte a Perón cuáles eran sus intenciones. Perón le envió a Juan Manuel Abal Medina, secretario del Movimiento Peronista, que le dijo que entonces lo iba a atender su secretario, José López Rega.

¿Pero a qué le tenían tanto miedo?

— Le tenían miedo a los miles y miles de personas que se movilizaron para romper el cerco, de pasar. Yo creo que el gran pánico era la influencia de Perón sobre las masas, pero no pudieron pasar, porque los que lograban trasponer el cerco ya no podían llegar al Aeropuerto, que estaba a 20 kilómetros. Sí hubo más de 500 periodistas y un, digamos, comité de recepción de 300 dirigentes políticos. El avión aterrizó y pudimos ver que se subió en un automóvil, lo llevó al espigón donde estábamos esperándolo. Llovía, y José Ignacio Rucci le puso el paraguas cuando bajó del auto para saludar a los dirigentes que vinieron a recibirlo.

— ¿Cómo podés comparar la relación de Perón y los peronistas de entonces con los periodistas con lo que sucedió durante los años kirchneristas?

— Una pregunta bien pesada. Por un lado, tengo que decir que el trato de Perón era extremadamente afable, era un hombre que tenía un don de seducción muy grande, un verdadero talento. Era apasionante conversar con Perón. Si estabas a solas con él tenías la sensación de que eras la persona más importante para él. En cuanto a la dirigencia peronista había un acceso fluido, era parte de su trabajo hablar con periodistas, no había que esforzarse para lograrlo. Con el kirchnerismo yo no tuve experiencia en forma personal, porque ya me había retirado, pero soy testigo de que el acceso a los funcionarios y a los dirigentes era prácticamente imposible. No había contacto alguno y la posibilidad remota de llegar por teléfono, por ejemplo, de la Radio y Televisión Francesa logró hablar por teléfono con Julio De Vido. De muy mal tono, el ministro le preguntó «usted de qué quiere hablar», y ella le traslada una pregunta acerca de Skanska o algo parecido, y por toda respuesta, De Vido le contestó: «cuidate nena».