EN SU NUEVO LIBRO "EL AÑO QUE VIVIMOS EN PELIGRO", EL ESCRITOR Y CANDIDATO A DIPUTADO FERNANDO IGLESIAS ANALIZA LA GESTIÓN DE CAMBIEMOS EN UN CONTEXTO "EN EL QUE CUALQUIER PASO EN FALSO SIGNIFICA CAER EN UN PROFUNDO FOSO CON TIBURONES PEJOTISTAS Y COCODRILOS KIRCHNERISTAS". INFOBAE PUBLICA EN EXCLUSIVA UN EXTRACTO
Adelanto: cómo el gobierno de Macri sobrevivió al «Club del Helicóptero»
El año que vivimos en peligro no fue un año, ni se ha terminado. El año que vivimos en peligro fueron dos años, los que van desde la asunción del gobierno de Cambiemos en diciembre de 2015 hasta las elecciones parlamentarias de medio término, que ocurrirán en octubre de 2017, con asunción de los elegidos en diciembre de 2017. Escribo mientras transcurre, el año que vivimos en peligro, que todavía no se terminó ni sabemos si se terminará. Que se termine depende, sobre todo, del resultado de esas elecciones de medio término, en las que no elige meramente una mayoría parlamentaria sino que se referenda a un gobierno y, a través de esa decisión, se vota por un modelo de país. El miedo contra la esperanza. El siglo XXI y sus interrogantes o el siglo XX y sus fracasos. El futuro y sus incertidumbres o la vuelta a un pasado de segura frustración.
Si el resultado es favorable a Cambiemos, el de Macri será el primer gobierno de un presidente civil no peronista que complete su mandato desde 1928, cuando lo hiciera el de Marcelo Torcuato de Alvear. Si el resultado favorece a la oposición, abrumadoramente peronista, el gobierno se verá debilitado desde la ya extraordinariamente débil posición en que lo dejaron las elecciones de 2015, por las cuales forman parte de Cambiemos un tercio de los diputados, un quinto de los senadores y cinco gobernadores provinciales. Seguirían dos años de debilidad política y dificultades económicas, con un gobierno en retroceso y acaso con dificultades de gobernabilidad, y la vuelta segura de alguna de las variantes del peronismo en 2019. Los muchachos que gobernaron veinticuatro de los últimos veintiocho años. Otra vez.
El año que vivimos en peligro fueron dos años cuyos riesgos solo percibió una minoría de la población, en los que el Gobierno tuvo que avanzar por un estrecho desfiladero en el que cualquier paso en falso significaba caer en el profundo foso en que los tiburones pejotistas y los cocodrilos kirchneristas lo esperaban con las mandíbulas abiertas. A la derecha, el foso económico del descontrol de las variables, la hiperinflación o la hiperrecesión, y el colapso. A la izquierda, el foso político excavado por el peronismo, con el Club del Helicóptero como ariete.
Desde la asunción, signada por el intento de deslegitimación de Cristina, el gobierno de Cambiemos circuló por ese angosto desfiladero. Avanzar rápidamente en el inevitable sinceramiento de la economía, como buena parte de los economistas liberales exigía y aún hoy pide, podía llevar a una crisis social que inevitablemente sería reconducida a epopeya destituyente por quienes no duraron en voltear a Alfonsín y De la Rúa apenas tuvieron oportunidad; pero continuar indefinidamente con el doping del default, el cepo cambiario, las tarifas regaladas y la inflación era condenarse a ser la Alianza, que no se animó a salir de la Convertibilidad y así le fue. Una política demasiado dura con los compañeros gobernadores podía conducir a la formación de otra liga como la que en 2001 erosionó a De la Rúa con una secuencia hecha de endeudamiento exponencial, emisión de patacones y Lecops, y saqueos en zonas liberadas; pero un exceso de concesiones y amiguismo podía ser interpretado por los miembros del partido psicopático argentino como una señal de debilidad. Seguir ignorando las leyes de la economía en nombre de la política, como hizo por doce años el kirchnerismo, era poner una bomba de tiempo debajo del sillón presidencial; pero ignorar la fragilidad de la situación política heredada como si solo la economía tuviera normas y reglas podía causar la enésima experiencia de ingobernabilidad no peronista.
Atrapado en una situación de zugzwang ajedrecístico en el que solo están a disposición movidas malas, el Gobierno hizo lo que pudo: evitó las movidas catastróficas que llevaban a un inmediato jaque mate, optó por las menos malas, aprovechó el único activo que el kirchnerismo había dejado: un bajo endeudamiento externo, y otro que él mismo había generado: la credibilidad y el reconocimiento internacionales. Cerró bien el conflicto con los holdouts, obteniendo un descuento de más del 30% a pesar de la existencia de un fallo firme desfavorable; salió de un default absurdo que llevaba ya quince años, se endeudó a tasas mucho más bajas que las que regían apenas unos meses antes, y ganó tiempo. Tiempo para que la economía, la política y la sociedad no estallaran. Tiempo para que la salida de la recesión y el crecimiento económico ayudaran a poner en orden las cuentas. Tiempo en un país hecho de corto plazo y de impaciencias. Gradualismo, lo llaman, y no es seguro que sea la receta apropiada para evitar caer al foso de los cocodrilos y tiburones por alguno de los dos lados, el político y el económico; pero tampoco está dicho que no lo sea, o que una política de shock hubiera dado mejores resultados. Yo creo exactamente lo contrario, pero —dada la complejidad incalculable de los factores intervinientes— la mía es una opinión; como la de todos los demás que opinan, ciertamente.
Debido a ese movimiento pendular que caracteriza los asuntos humanos por el cual las ideas suelen pasar con rapidez de un extremo a otro, doce años de sobrevaloración de la política y de desprecio de la economía han llevado a muchos —economistas, especialmente— al extremo opuesto de creer que la política carece de sus propias dinámicas y leyes, aunque sean más difíciles de medir objetivamente que el PBI. Ahora bien: ignoremos por un momento los sufrimientos que un programa de shock ocasionaría en el tercio de argentinos pobres y supongamos que igual valdría la pena por los futuros beneficios. Queda aún por resolver la cuestión de su aplicabilidad. Dos condiciones no económicas imprescindibles para que un plan económico sea exitoso es que exista un poder capaz de aplicarlo y una población que entiende su carácter y su necesidad. No parece ser el caso de la Argentina, hoy.